Conceptos clave de derecho constitucional y administrativo: la autoridad política (desde la doctrina social de la Iglesia)
Hola a todos:
- “La Iglesia se ha confrontado con diversas concepciones de la autoridad, teniendo siempre cuidado de defender y proponer un modelo fundado en la naturaleza social de las personas. (…) La autoridad política es por tanto necesaria, en razón de las tareas que se le asignan y debe ser un componente positivo e insustituible de la convivencia civil.”
- “La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales. (…) El sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía.”
- “La autoridad debe dejarse guiar por la ley moral: toda su dignidad deriva de ejercitarla en el ámbito del orden moral, “que tiene a Dios como primer principio y último fin”. (…) debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales. (…) debe emitir leyes justas, es decir, conforme a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón.”
- “El ciudadano no está obligado en conciencia a seguir las prescripciones de las autoridades civiles si éstas son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos fundamentales de las personas o a las enseñanzas del Evangelio. (…) Es un grave deber de conciencia no prestar colaboración, ni siquiera formal, a aquellas prácticas que, aun siendo admitidas por la legislación civil, están en contraste con la ley de Dios.”
- “Reconocer que el derecho natural funda y limita el derecho positivo significa admitir que es legítimo resistir a la autoridad en caso de que ésta viole grave y repetidamente los principios del derecho natural. (…) La doctrina social indica los criterios para el ejercicio del derecho de resistencia.”
- “Para tutelar el bien común, la autoridad pública legítima tiene el derecho y el deber de conminar penas proporcionadas a la gravedad de los delitos. (…) La pena no sirve únicamente para defender el orden público y garantizar la seguridad de las personas; ésta se convierte, además, en instrumento de corrección del culpable, una corrección que asume también el valor moral de expiación cuando el culpable acepta voluntariamente su pena. (…) La actividad de los entes encargados de la averiguación de la responsabilidad penal, que es siempre de carácter personal, ha de tender a la rigurosa búsqueda de la verdad y se ha de ejercer con respeto pleno de la dignidad y de los derechos de la persona humana.”
Frente a lo cual, presento mis comentarios y reflexiones:
La Doctrina Social de la Iglesia (Católica) puede entenderse, en su definición más básica, como la dimensión social de la fe cristiana emanada del evangelio de Cristo. Lo mismo que fuera definido en forma exhaustiva por Juan Pablo II:
“Enseñanza doctrinal mediante la cual el magisterio de la Iglesia, asistido por el Espíritu y sostenido, al mismo tiempo por el parecer de los teólogos y de los especialistas en ciencias sociales, procura iluminar a la luz del evangelio las actividades diarias de los hombres y mujeres en las diversas comunidades a que pertenecen, desde la institución familiar a la sociedad internacional.”
Las mismas definiciones de las palabras que componen la expresión “Doctrina Social de la Iglesia” nos ayudan a entender este concepto:
La Doctrina Social de la Iglesia es, en primer lugar, una “doctrina”, es decir, un conjunto o sistema coherente de enseñanzas e instrucciones, basada en unos fundamentos (principios, dogmas, creencias, posiciones, etc.). Para el caso de la Iglesia Católica, dichos fundamentos no son otros que la “verdad revelada” (esto es, dicha o dada a entender por la divinidad, la cual se asume como verdad y constituye el eje central de su experiencia religiosa) por el evangelio de Jesús, según la interpretación “auténtica” (es decir, única, autorizada, legítima) del “Magisterio de la Iglesia” (expresión que alude a la función y autoridad de enseñar deferida al Papa – “Magisterio Pontificio” – y a los obispos que están en comunión con el sumo Pontífice).
La Doctrina Social de la Iglesia es, además, una “doctrina social”, es decir, sistema de principios y enseñanzas, que buscan ser “vividos”, por todos y cada uno de los destinatarios de la doctrina: la comunidad católica. Vivencia que supone, en reconocimiento de la naturaleza eminentemente social del ser humano, una aplicación permanente y directa de los referidos principios y enseñanzas en la vida diaria de todos sus miembros, en sus dimensiones intrapersonal e interpersonal, “intra” (para sí) e “inter” (para otros).
Finalmente, aunque parezca redundante y obvio, la Doctrina Social de la Iglesia es “doctrina social” de “la Iglesia (Católica)”, entendida ésta como “comunidad universal”: “ekklèsia” (del griego “ek – kalein”, “llamar fuera”) significa “convocación”; “katholikós”, es “universal” en griego.
En síntesis, la Doctrina Social de la Iglesia corresponde al conjunto o sistema de enseñanzas, fundamentadas en la verdad, revelada por el evangelio de Cristo e interpretada con autoridad por el Magisterio de la Iglesia (doctrina), dirigida y destinada a ser vivida por todos y cada uno de los miembros (doctrina social) de la comunidad universal que es la Iglesia Católica (doctrina social de la Iglesia).
Pero, ¿para qué la Iglesia Católica ha construido dicha “doctrina social”? Para “transformar”, “cambiar” o “construir” la sociedad, tomando siempre como guía y fundamento la dignidad de la persona humana a la luz de la palabra de Dios.
Convirtiéndose la Doctrina Social de la Iglesia, en un “patrimonio de enseñanza” adquirido por la Iglesia en forma continua y progresiva a través de los siglos (en virtud del magisterio de los papas, los concilios, los obispos en sus diócesis, las conferencias episcopales y las comunidades cristianas) que, a partir de la “palabra de Dios” (el mensaje del evangelio de Cristo), y la “tradición viva” de la Iglesia, busca responder a los desafíos de la realidad humana y social, proponiendo “principios de reflexión”, “criterios de juicio” y “orientaciones para la acción” a toda la comunidad católica (y a todo aquel que quiera aceptarlos) para ayudar a edificar una sociedad más justa y humana, conforme al designio del reino de Dios.
Hasta aquí unas consideraciones preliminares, comunes a los dos grandes temas sociales, políticos y filosóficos tratados en la lectura: la autoridad política y la democracia. A continuación, mis comentarios respecto a cómo entiende la Iglesia Católica, desde su Doctrina Social, el concepto de “autoridad política”:
Sin entrar todavía a dilucidar su implicación en términos de la “política”, la noción de “autoridad” remite inmediatamente a la noción de “poder”:
“Por poder se entiende cada oportunidad o posibilidad existente en una relación social que permite a un individuo cumplir su propia voluntad.” (Max Weber, Conceptos Básicos de Sociología)
El poder, en su locución más básica (asociada con la fuerza) es la facultad de imponer la propia voluntad. Significa, desde una cara de la misma moneda, el mando, imposición, subordinación de una voluntad a otra; y visto desde la otra cara, obediencia, acatamiento de una persona a una voluntad ajena. Así, en el poder político surge una relación entre “gobernantes” (los que mandan, imponen, dan órdenes) y los “gobernados” (quienes obedecen, acatan y se someten).
Ciertamente, esta visión del poder (igual a fuerza) resulta muy simplista y falta de “humanidad”. Por lo cual ha venido replanteándose, en cuanto a su aplicación a los campos de la sociología y la política, entendida más como capacidad de acción (colectiva) para cambiar, transformar, la realidad (política y social, en el ámbito específico de nuestro tema de estudio).
Si el poder es una “capacidad unilateral de lograr cambios significativos”, la cual posee dos dimensiones, una constrictiva, negativa (de restringir la voluntad de los individuos), y otra positiva, permisiva (de permitir, facilitar o potencializar la acción humana), reconoceremos su importancia fundamental en cuanto a la organización y desarrollo de toda sociedad. El ser humano es, ante todo, un ser gregario, social, el cual requiere, necesita establecer relaciones sistémicas de poder para lograr sus objetivos y fines en el seno de la vida en comunidad: no en vano, la palabra poder tiene significados como “potencia”, “hacer”, “ser capaz de”, etc.
La política (del griego politikós, “ciudadano”, “civil”, “relativo al ordenamiento de la ciudad”), es la actividad humana tendente a gobernar o dirigir la acción del estado en beneficio de la sociedad, un proceso (se resalta, ideológicamente) orientado hacia la toma de decisiones para la consecución de los objetivos de un grupo. Ejercer la política implica desarrollar relaciones de poder. Y rectamente entendido el poder como capacidad de transformación social, apreciamos claramente su importancia y necesidad para lograr los fines del individuo en sociedad, y de la sociedad misma como asociación de individuos en búsqueda de un bien común.
Ahora bien, ¿El poder para qué? He aquí el verdadero (y, podría decirse, eterno) tópico de discusión, que han intentado dilucidar todas las múltiples corrientes de la filosofía política (y la Iglesia Católica, ciertamente lo es). Veamos su posición:
El evangelio de Cristo, y la Doctrina Social de la Iglesia, para la cual la “palabra de Dios” es por lógica referente insustituible, gira alrededor de la noción de “dignidad humana”, pues toda persona “está hecha a imagen y semejanza de Dios”, en otras palabras, es una “representación de Dios”.
En virtud de lo anterior, la vocación (tendencia natural) de la “persona humana” (nótese la aparente redundancia en dicho término: “persona”, ser racional y consciente de sí mismo, dotado de identidad propia; y “humana”, el individuo de la especie humana como ejemplo obvio de una persona), según la Iglesia Católica, se fundamenta en la idea de la fraternidad y el perdón: es el amor desinteresado por los demás, la hermandad, la amistad, la libertad, la verdad, la igualdad, el bien, la justicia, la paz.
Los dos conceptos anteriores resultan muy importantes, pues señalan puntos de inflexión, en el ámbito político y específicamente para el tema en estudio:
Según la Iglesia Católica, todos somos “hijos de Dios”, y seres “hechos a imagen y semejanza de Dios”. De lo cual se concluye: primero, todos somos iguales (supremamente relevante al definir el rol y status de cada cual en la sociedad), y segundo, todos somos esencialmente iguales, al compartir características que provienen de un mismo origen: Dios.
Derivado de lo anterior, si las personas somos seres esencialmente iguales, hechos a imagen y semejanza de Dios, ¿Cuál es nuestra tendencia natural o vocación? La Iglesia Católica enseña que las personas humanas, por ser una suerte de “representación” de Dios, tienden hacia Dios, a “ser como es” Dios. Y si Dios por definición es un ser amoroso, justo, libre, sincero, pacífico, en síntesis, un ser bueno; nuestra vocación es “ser” precisamente eso: amorosos, justos, libres, sinceros, pacíficos, seres buenos.
La dignidad y el valor de la persona humana unifican así, toda la Doctrina Social de la Iglesia. Del reconocimiento de la dignidad humana, surgen para el individuo en concreto, en su condición como un ser histórico, social, cultural, económico, religioso y político, todo un espectro de principios, valores, derechos y deberes.
Vuelvo a la anterior pregunta: ¿El poder para qué? Para ejercerlo recta, sabia y justamente, como “personas humanas”, seres “hechos a imagen y semejanza de Dios”, seres “amigos de Dios”. Y para hacerlo en el escenario social, el cual es por su misma naturaleza, el primer y único ámbito en el cual se puede ejercer el poder. ¿El poder para qué? Para cambiar nuestra sociedad, transformándola, edificándola, en torno a unos principios y valores que son ciertos, universales, pues derivan directamente de nuestra propia esencia como “hijos de Dios”.
Solo así es aceptable, es decir, legítimo, el ejercicio del poder. Esta es justamente la concepción básica de la autoridad, o “autorictas” en su sentido más elocuente: legitimación socialmente reconocida y aceptada, que permite a una determinada persona o institución, ejercer el poder político como mecanismo de control y dirección social, en todos sus aspectos y dimensiones (generalidad: está dirigido a toda la sociedad; supremacía: es soberano, prima sobre cualquier otra agrupación o entidad social; coactividad: puede imponerse sobre los demás, aún en contra de su voluntad; y legitimidad: está social, ideológica y políticamente justificado, pues todos lo entienden como lógico y necesario).
En síntesis: el poder político (y la autoridad política que legítimamente lo ejerce) solo son legítimos si consideran a sus destinatarios (las personas humanas) como seres investidos de dignidad, seres iguales por su misma esencia, cual es, “estar hechos a imagen y semejanza de Dios”: una idea muy simple, pero de gran significado, alrededor de la cual giran todos conceptos enunciados en la lectura (el derecho natural y la ley moral como fundamento de la autoridad, el derecho a la resistencia contra la ley y el orden injusto, y tantos otros), y se pueden resumir en la pregunta fundamental: ¿El poder para qué?
Hasta una próxima oportunidad,
Camilo García Sarmiento
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