Conceptos clave de derecho constitucional y administrativo: la democracia (comparando a Abraham Lincoln y la doctrina social de la Iglesia)

Hola a todos:


La presente publicación (que sirve para acercarnos a un concepto fundamental del derecho constitucional y administrativo, derivado de la ciencia política: el sistema de la democracia), parte de reflexionar sobre la visión que tiene la Iglesia Católica, desde su Doctrina Social, respecto de la democracia como concepto. 

Las ideas principales que quiero resaltar (tomadas del Capítulo: "IV. El Sistema de la Democracia”, en “VIII. La Comunidad Política”, del texto “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, San Pablo, Bogotá, 2006), son las siguientes:

  • “La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. Requiere que se den las condiciones necesarias para la promoción de las personas concretas, mediante la educación y la formación en los verdaderos ideales, así como de la “subjetividad” de la sociedad mediante la creación de estructuras de participación y de corresponsabilidad (Juan Pablo II, Centesimus annus).”


  • “Una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimiento democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del “bien común” como fin y criterio regulador de la vida política. (…) La doctrina social individúa uno de los mayores riesgos para las democracias actuales en el relativismo ético, que induce a considerar inexistente un criterio objetivo y universal para establecer el fundamento y la correcta jerarquía de valores.”

  • “La democracia es fundamentalmente: “un “ordenamiento” y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter “moral” no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve (Juan Pablo II, Centesimus annus).”

  • “El Magisterio reconoce la validez del principio de la división de poderes en un Estado. (…) En el sistema democrático, la autoridad política es responsable ante el pueblo (…) los electos deben empeñarse en la búsqueda y en la actuación de lo que pueda ayudar al buen funcionamiento de la convivencia civil en su conjunto.”

  • “Quienes tienen responsabilidades políticas no deben olvidar o subestimar la dimensión moral de la representación, (…) la práctica del poder con espíritu de servicio; (…). Entre las deformaciones del sistema democrático, la corrupción política es una de las más graves porque traiciona al mismo tiempo los principios de la moral y las normas de la justicia social (…) La administración pública, (…), como instrumento del Estado, tiene como finalidad servir a los ciudadanos. (…) Los partidos políticos tienen la tarea de favorecer una amplia participación y el acceso de todos a las responsabilidades públicas. (…).”


Frente a lo cual, presento mis comentarios y reflexiones, abordando el tema el tema de la democracia desde la Doctrina Social de la Iglesia, con una historia, que considero bastante elocuente para el tema de discusión.

Al finalizar la guerra civil norteamericana, habían muerto un cuarto de millón de personas y la nación estaba totalmente devastada. El 19 de noviembre de 1863, cuatro meses y medio después de la cruenta batalla de Gettysburg (Pensilvania), la cual decidió el resultado del conflicto entre los estados del norte (de la unión, a favor de la libertad de los esclavos) y los del sur (confederados, esclavistas), se celebró la inauguración del Cementerio Nacional de los Soldados en dicha ciudad, evento al cual fue invitado, entre otros importantes personajes de la época, el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln.


Su discurso, curiosamente, no era el principal del día, sino el que pronunció un reconocido político, diplomático y académico – considerado el mejor orador de su época, fue el primer norteamericano en recibir un doctorado en filosofía – Edward Everett: su discurso tenía 13,607 palabras (tuvo 40 días para prepararlo) y duró dos horas; fue calificado como “erudito”, “conmovedor” y “bien redactado” por los críticos (en suma, elocuente, largo, una “obra de arte”, típico discurso de político).

 

En contraste, las cuidadosas y breves palabras de Abraham Lincoln (quien no era la “estrella” principal, simplemente un personaje importante que iba a hacer “el cierre” de la ceremonia al final del discurso principal de Everett), quien fuera invitado solo 17 días antes al evento, resumieron la guerra en dos o tres minutos, en diez oraciones, y en menos de 300 palabras. Veamos lo que pronunció:

 

“Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales.

 

Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo. Estamos reunidos en un gran campo de batalla de esa guerra. Hemos venido a consagrar una porción de ese campo como último lugar de descanso para aquellos que dieron aquí sus vidas para que esta nación pudiera vivir. Es absolutamente correcto y apropiado que hagamos tal cosa.

 

Pero, en un sentido más amplio, nosotros no podemos dedicar, no podemos consagrar, no podemos santificar este terreno. Los valientes hombres, vivos y muertos, que lucharon aquí lo han consagrado ya muy por encima de nuestro pobre poder de añadir o restarle algo. El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.”

 

(El resaltado es mío)

 

Debió ser increíble el efecto que tuvieron estas palabras (pronunciadas en menos de cinco minutos) en los 15.000 asistentes a la ceremonia. Desafiando su propia predicción (“el mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos”), el discurso del presidente Lincoln es considerado (junto con otros, como el célebre “I have a dream” – “Yo tengo un sueño” – pronunciado por Martin Luther King) como uno de los más trascendentales de la historia de la humanidad. Y nos sirve para ejemplificar los planteamientos de la Doctrina Social de la Iglesia (desconociendo de antemano, claro está, si Abraham Lincoln tomó de manera expresa sus postulados) en relación con la democracia, entendida como esquema de organización del Estado, forma de gobierno y, en últimas, sistema político.

 

Del texto del discurso aquí trascrito, destaco los siguientes apartes:

 

“Hace ocho décadas y siete años, nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales. (…).”

 

Desde el inicio de su discurso, Lincoln invocó los principios de igualdad de todas las personas, consagrado en la Declaración de Independencia de Filadelfia, para redefinir la Guerra de Secesión como un nuevo nacimiento de la libertad para los Estados Unidos de América y sus ciudadanos: “Ahora estamos empeñados en una gran guerra civil que pone a prueba si esta nación, o cualquier nación así concebida y así consagrada, puede perdurar en el tiempo.”

 

El evangelio de Cristo, y la Doctrina Social de la Iglesia, para la cual la “palabra de Dios” es por lógica referente insustituible, gira alrededor de la noción de “dignidad humana”, pues toda persona “está hecha a imagen y semejanza de Dios”, en otras palabras, es una “representación de Dios”.

 

Así, la vocación (tendencia natural) de la “persona humana” (nótese la aparente redundancia del término: “persona”, ser racional y consciente de sí mismo, dotado de identidad propia; y “humana”, el individuo de la especie humana como ejemplo obvio de una persona), según la Iglesia Católica, se fundamenta en la idea de la fraternidad y el perdón: es el amor desinteresado por los demás, la hermandad, la amistad, la libertad, la verdad, la igualdad, el bien, la justicia, la paz. Por lo cual:

 

  • Según la Iglesia Católica, todos somos “hijos de Dios”, y seres “hechos a imagen y semejanza de Dios”. De lo cual se concluye: primero, todos somos iguales (supremamente relevante al definir el rol y status de cada cual en la sociedad), y segundo, todos somos esencialmente iguales, al compartir características que provienen de un mismo origen: Dios.

 

  • Derivado de lo anterior, si las personas somos seres esencialmente iguales, hechos a imagen y semejanza de Dios, ¿Cuál es nuestra tendencia natural o vocación? La Iglesia Católica enseña que las personas humanas, por ser una suerte de “representación” de Dios, tienden hacia Dios, a “ser como es” Dios. Y si Dios por definición es un ser amoroso, justo, libre, sincero, pacífico, en síntesis, un ser bueno; nuestra vocación es “ser” precisamente eso: amorosos, justos, libres, sinceros, pacíficos, seres buenos.

 

La dignidad y el valor de la persona humana unifican de esta manera, toda la Doctrina Social de la Iglesia. Del reconocimiento de la dignidad humana, surgen para el individuo en concreto, como ser histórico, social, cultural, económico, religioso y político, todo un espectro de principios, valores, derechos y deberes. Continúo entonces con el discurso de Gettisburg, en su aparte siguiente:

 

“(…). El mundo apenas advertirá y no recordará por mucho tiempo lo que aquí decimos, pero nunca podrá olvidar lo que ellos hicieron aquí. Somos, más bien, nosotros, los vivos, los que debemos consagrarnos aquí a la tarea inconclusa que, aquellos que aquí lucharon, hicieron avanzar tanto y tan noblemente. Somos más bien los vivos los que debemos consagrarnos aquí a la gran tarea que aún resta ante nosotros: que, de estos muertos a los que honramos, tomemos una devoción incrementada a la causa por la que ellos dieron hasta la última medida completa de celo. Que resolvamos aquí, firmemente, que estos muertos no habrán dado su vida en vano. Que esta nación, Dios mediante, tendrá un nuevo nacimiento de libertad. (…).”

 

La Doctrina Social de la Iglesia es, en primer lugar, una “doctrina”, es decir, un conjunto o sistema coherente de enseñanzas e instrucciones, basada en unos fundamentos (principios, dogmas, creencias, posiciones, etc.). Para el caso de la Iglesia Católica, dichos fundamentos no son otros que la “verdad revelada” (esto es, dicha o dada a entender por la divinidad, la cual se asume como verdad y constituye el eje central de su experiencia religiosa) por el evangelio de Jesús, según la interpretación “auténtica” (es decir, única, autorizada, legítima) del “Magisterio de la Iglesia” (expresión que alude a la función y autoridad de enseñar deferida al Papa – “Magisterio Pontificio” – y a los obispos que están en comunión con el sumo Pontífice).

 

La Doctrina Social de la Iglesia es, además, una “doctrina social”, es decir, sistema de principios y enseñanzas, que buscan ser “vividos”, por todos y cada uno de los destinatarios de la doctrina: la comunidad católica. Vivencia que supone, en reconocimiento de la naturaleza eminentemente social del ser humano, una aplicación permanente y directa de los referidos principios y enseñanzas en la vida diaria de todos sus miembros, en sus dimensiones intrapersonal e interpersonal, “intra” (para sí) e “inter” (para otros).

 

Finalmente, aunque parezca redundante y obvio, la Doctrina Social de la Iglesia es “doctrina social” de “la Iglesia (Católica)”, entendida ésta como “comunidad universal”: ekklèsia” (del griego “ek – kalein”, “llamar fuera”) significa “convocación”;katholikós”, es “universal” en griego.

 

En síntesis, la Doctrina Social de la Iglesia corresponde al conjunto o sistema de enseñanzas, fundamentadas en la verdad, revelada por el evangelio de Cristo e interpretada con autoridad por el Magisterio de la Iglesia (doctrina), dirigida y destinada a ser vivida por todos y cada uno de los miembros (doctrina social) de la comunidad universal que es la Iglesia Católica (doctrina social de la Iglesia).

 

Pero, ¿para qué la Iglesia Católica ha construido dicha “doctrina social”? Para “transformar”, “cambiar” o “construir” la sociedad, tomando siempre como guía y fundamento la dignidad de la persona humana a la luz de la palabra de Dios.

 

Convirtiéndose la Doctrina Social de la Iglesia, en un “patrimonio de enseñanza” adquirido por la Iglesia en forma continua y progresiva a través de los siglos (en virtud del magisterio de los papas, los concilios, los obispos en sus diócesis, las conferencias episcopales y las comunidades cristianas) que, a partir de la “palabra de Dios” (el mensaje del evangelio de Cristo), y la “tradición viva” de la Iglesia, busca responder a los desafíos de la realidad humana y social, proponiendo “principios de reflexión”, “criterios de juicio” y “orientaciones para la acción” a toda la comunidad católica (y a todo aquel que quiera aceptarlos) para ayudar a edificar una sociedad más justa y humana, conforme al designio del reino de Dios.

 

“(…) Y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparecerá de la Tierra.”

La democracia (del griego clásico, gobierno del pueblo), es una forma de gobierno, un modelo de organización política, en el cual la titularidad del poder (y, por ende, las decisiones colectivas que son inherentes al ejercicio de dicho poder) radica en la misma sociedad, como supremo ente colectivo (“el pueblo”), de manera directa o, como es más frecuente, indirectamente (a través de representantes, elegidos democráticamente por el pueblo, para tomar decisiones).

 

El ideal de la auténtica democracia, y de paso, la posición de la Iglesia Católica y su Doctrina Social respecto de este modelo político, se resumen en la clásica y elocuente fórmula de Abraham Lincoln, pronunciada en el discurso de Gettisburg: “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

 

  • La verdadera y auténtica democracia es “el gobierno del pueblo”:

 

  • La verdadera y auténtica democracia es “el gobierno por el pueblo”:

 

  • La verdadera y auténtica democracia es “el gobierno para el pueblo”:

 

La influencia del discurso de Gettisburg ha sido tan grande en la historia moderna (no solamente la de los Estados Unidos), que su fórmula del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” se ha convertido en la definición más elocuente y evocativa del modelo e institución de la democracia. 


Por ello me gustó invocar tan maravilloso discurso para encontrar las coincidencias entre la filosofía laica de Lincoln (evocadora de los principios fundamentales de la democracia), y la visión de la doctrina social de la Iglesia para evidenciar, que más allá de sus matices, sus fundamentos son bastante comunes. 


Hasta una próxima oportunidad, 


Camilo García Sarmiento



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