Reflexión personal: ¿La familia colombiana realmente está en crisis?

 

El artículo que desata esta reflexión (Mera, 2015), da por sentado que la familia colombiana está en crisis. Postula que Colombia es uno de los países con mayor inestabilidad en su estructura familiar, donde el matrimonio cede cada vez más terreno ante la convivencia en unión marital de hecho, situación cuyo impacto lo reciben los hijos comunes. Analiza los resultados del estudio Mapa Mundial de la Familia (World Family Map, en adelante WFM) 2014, realizado por Child Trends, Social Trends Institute y varias universidades del mundo, entre ellas la Universidad de La Sabana (la cual tiene una orientación claramente católica, situación que no la deslegitima, pero debe mencionarse para poder establecer un contexto), indicando que la separación de los padres conduce a una disminución de los ingresos familiares, reflejándose en mayores niveles de desnutrición, menor crecimiento infantil, más enfermedades, menor acceso a la educación; en general, que la separación de las parejas genera menos afecto y más desprotección para los hijos, por efecto de una menor disponibilidad de sus padres (y sus familias extensas) como naturales cuidadores: el divorcio y la separación de las parejas empobrece.

En este orden, previo a exponer mis propias opiniones, voy a reseñar (con énfasis en la información a nivel nacional) los resultados de estudios coetáneos y de otros más recientes.

1.       La versión 2013 del WFM analiza la correlación existente entre las condiciones de vida de los niños y sus logros educativos, encontrando que los niños que viven con ambos padres tienden a obtener mejores resultados, comparados con aquellos que viven con uno o con ningún padre en países de ingresos medios y altos, como Colombia; en aspectos como comprensión de lectura, matrícula escolar o repetición de grado, indicando que los padres sirven como fuente importante de apoyo y recursos para la educación de los hijos, especialmente respecto a una educación secundaria de alta calidad (Child Trends, 2013).

2.       La versión 2014 del WFM (Social Trends Institute; Child Trends, 2014), versa sobre la inestabilidad familiar y salud en la primera infancia en los países en vías de desarrollo. Plantea que una familia sólida fomenta el desarrollo positivo de los niños, y que el número de padres y miembros de la familia extensa que habitan en el hogar del niño influye en los recursos humanos y financieros a su disposición; se reporta la tendencia de los niños a vivir en familias biparentales. No obstante, las tasas de natalidad y de nupcialidad disminuyen, aumentando los nacimientos extramaritales en muchas regiones. También, los hogares monoparentales (fenómeno muy marcado en América Central y del Sur).

Con respecto al matrimonio, si bien ha sido una institución importante para la concepción y crianza de los hijos, así como para la integración de los padres en sus vidas, el aumento en la cohabitación (unión libre), el divorcio y los nacimientos extramaritales indican que el matrimonio se está convirtiendo en una opción, más que en una necesidad para la supervivencia de la pareja y de los hijos. En cuanto a las razones, se sugieren la búsqueda de mayor flexibilidad o libertad en las relaciones, la insuficiencia de recursos financieros o emocionales, y la creciente percepción del matrimonio como un proyecto arriesgado o innecesario si se cohabita.

3.       El WFM 2017 plantea que los nacimientos de parejas que cohabitan (no de las parejas casadas) contribuyen a la inestabilidad de la vida familiar de los niños, pues experimentan más cambios en la relación de los padres antes de los doce años frente a las parejas casadas, independientemente del nivel educativo de la madre. Los hijos de madres solteras viven en entornos familiares menos estables, en términos de ser 9 veces más proclives a experimentar al menos un cambio de pareja de la madre a los doce años. En síntesis, si bien el matrimonio y la cohabitación terminan ofreciendo circunstancias de estabilidad similares para los niños, claramente el matrimonio parece estar asociado a una mayor estabilidad de éstos últimos (Social Trends Institute, 2017).

4.       El WFM 2019 (Institute for Family Studies; Wheatley Institution, 2019), preguntando sobre la relación entre la religión, la calidad de la relación, la fecundidad, la violencia doméstica y la infidelidad; concluye lo siguiente: con respecto a la calidad de las relaciones, que las parejas heterosexuales muy religiosas disfrutan de relaciones de mayor calidad y de mayor satisfacción sexual, frente a parejas algo religiosas o mixtas, y a parejas seculares; y también, que la religión tiene una influencia positiva con la fecundidad. Todo ello, sin que la religiosidad marque la diferencia en cuanto a la violencia doméstica. Por supuesto, según el estudio, las personas de fe tienen más hijos y actitudes más tradicionales sobre roles de género. Las actitudes igualitarias respecto de los roles de género se asocian con menos hijos. En todo caso, la fe religiosa compartida tiene gran relevancia en cuanto al número de hijos, así como a la percepción de satisfacción sexual y de calidad de las relaciones. Esto es lógico pues las tradiciones religiosas buscan fomentar normas (como la permanencia y fidelidad conyugal) que pueden fortalecer y reforzar los vínculos entre los cónyuges, poniendo especial énfasis sobre el amor, el perdón, el respeto y la priorización de las necesidades ajenas (la pareja, los hijos) frente a las propias.

5.       Las versiones 2013, 2014 y 2015 el WFM señalaban que, en Colombia, entre los años 2009 – 2010, 62% de los niños vivía con ambos progenitores, 27% con uno solo, y 11% con ninguno de sus padres. De igual manera, que para 2010, el 82% de los menores de 18 años vivían en hogares en los que el cabeza de familia tenía empleo (Social Trends Institute; Child Trends, 2015). No obstante, para la versión 2019 del WFM, se observó que, durante el año 2015, 53% de los niños vivía con ambos progenitores, 37% con uno solo, y 9% con ninguno de sus padres. Es decir, en cinco años hubo un aumento del 10% de las familias monoparentales.

De igual manera, si los WFM 2013, 2014 y 2015 señalaban que en Colombia (años 2009 – 2010), el porcentaje de adultos en edad reproductiva (18 – 49 años) casados fue del 20%, mientras que el de cohabitación fue del 35%; para la versión 2019 (teniendo como referente el año 2015), los porcentajes cambiaron a 17% y 33% respectivamente.

El WFM 2014 señalaba que la tasa de maternidad extramarital es inusitadamente alta en Colombia (84%, años 2009 – 2010). El WFM 2019 reportó un descenso al 82% para el año 2015. En cuanto a la correlación religiosidad y número de hijos, los colombianos que acuden regularmente a servicios religiosos presentan un 1,53% más hijos que quienes no lo hacen (Institute for Family Studies; Wheatley Institution, 2019).

6.       Los estudios sobre estadísticas vitales del DANE indican que los nacimientos en Colombia descendieron en 2021 a 629.402, el nivel más bajo desde 1995. Aun considerando el impacto del COVID 19, el descenso de la natalidad había comenzado desde antes de la pandemia (22,31 nacimientos por cada mil habitantes en 2000, 17,59 por mil en 2010, 15,6 por mil en 2019, 13 por mil en 2021).

En cuanto a la composición de los hogares según relaciones de parentesco con el jefe de hogar, predominan los hogares con el modelo de padre, madre e hijos (54%), con una presencia del 28% de hogares monoparentales, teniendo como jefe, generalmente, a una mujer, con la necesidad de un abordaje diferencial derivado de los riesgos para los hijos de la ausencia de la figura paterna durante su infancia y adolescencia, así como el desequilibrio e inestabilidad consecuente.

Respecto a la nupcialidad, el 37,4% de las personas no está casada, el 2,9% no está casado y vive en pareja hace menos de dos años (el tiempo suficiente para presumir legalmente una sociedad patrimonial de hecho entre compañeros permanentes), el 4,5% está viudo, el 11,4% está separado o divorciado, el 17,6% está casado y el 26,2%, en unión marital de hecho por más de dos años.

Existe una mayor proporción de hombres que de mujeres solteras (55,3% frente a 44,7%), mayor proporción de mujeres viudas que de hombres viudos (79,3% contra 26,7%), así como de mujeres separadas o divorciadas frente a hombres separados o divorciados (62,95% frente a 37,05%). Las personas casadas o que cohabitan en pareja presentan distribuciones casi perfectamente proporcionales por sexo. Todo ello, según la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) y la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ENCV), año 2021 (Departamento Administrativo Nacional de Estadística - DANE, 2023).

7.       Revisando la información de los Censos nacionales 1951, 1973, 1995, 2005 y 2018, en todos los grupos de edad de las mujeres (20 – 24 años, 25 – 29 años, 30 – 34 años, 35 – 39 años), la cohabitación ha ganado terreno (a partir de la década de 1970) a expensas del matrimonio, aumentando el porcentaje de divorcios y separaciones de hecho en todos los grupos de edad de las mujeres. La tasa bruta de nupcialidad evidencia el descenso de los matrimonios, de poco más de 5 por cada mil personas (1928), a casi 3 (1973) y un poco más de 1 matrimonio por cada mil personas (2018) (Cardona Gómez, 2020, págs. 36 - 42).

8.       En Colombia, el Observatorio de Familias (antes, Observatorio de Políticas de las Familias) es un ente creado por el Departamento Nacional de Planeación (DNP), que busca aportar información sobre las familias, para aportar a la reformulación de políticas y programas, tales como Familias en Acción. Dentro de sus primeros informes, presentó la evolución de las tipologías de Familias en Colombia entre los años 1993 y 2014, destacando la disminución en la cantidad de hijos, el aumento de la maternidad precoz, de las uniones consensuales y de las rupturas conyugales, así como de los hogares monoparentales, unipersonales y las familias reconstituidas. En concreto, el estudio señala que la familia nuclear biparental se ha reducido del 55,6% al 46,3%, mientras la monoparental ha crecido, del 9,9% al 14,3%, entre los años 1993 a 2014.

En la distribución de hogares según presencia de jefe o cónyuge de hogar, los hogares biparentales pasaron de 72,7% a 59,4%, y los hogares monoparentales pasaron de 18,8% a23,1% durante el mismo periodo. Los hogares sin hijos aumentaron del 9% al 14% entre 1993 y 2014, consecuencia del descenso de la fecundidad (con niveles menores a mayor nivel socioeconómico) en todo el país. Con ello, el descenso en la fecundidad y la creciente importancia de los hogares unipersonales conlleva a tamaños de hogar cada vez menores (4,4 personas en 1993, 3,4 personas en 2014). De igual manera, la tasa de jefatura femenina (con sus consecuencias en términos de vulnerabilidad económica) en hogares biparentales pasó del 23% al 35% en el referido periodo (Departamento Nacional de Planeación - DNP, 2015).

La familia nuclear monoparental (un solo padre o madre) tiene una participación por encima de la media nacional (14%) en la Amazonía – Orinoquía (21%), Valle, Bogotá y la Región Central, contra un 10% en la Región Atlántica, siendo esta última una región donde tienen mayor importancia el hogar amplio, tanto biparental (19,9%) como monoparental (10%). En el otro extremo, tal vez por la predominancia de inmigración individual, los hogares no familiares (unipersonales) predominan en San Andrés y Providencia (20% frente a la media nacional de 13% en 2014).

9.       Por lo general, aumenta la importancia relativa de los hogares nucleares a medida que aumenta la concentración de la población, disminuye el nivel de pobreza y aumenta el nivel de ingresos del hogar (aumentando la importancia relativa de los hogares familiares amplios en hogares más pobres, como una respuesta de reorganización familiar para afrontar las condiciones económicas adversas). Los hogares sin hijos aumentan con el nivel socioeconómico del hogar y de concentración de la población. No obstante, es mayor en la zona rural y disminuye con el nivel de concentración de población en las cabeceras urbanas (posiblemente por efecto de la migración rural, voluntaria o involuntaria, hacia las zonas urbanas) (Departamento Nacional de Planeación - DNP, 2016).

10.   En punto de analizar la violencia intrafamiliar, el Observatorio de Familias ha encontrado que a medida que aumenta el nivel de educación del cónyuge, el porcentaje de mujeres que recibió violencia física de pareja disminuye (pasando del 32,1% cuando el esposo carece de educación, al 18,4% cuando éste último tiene educación superior).

El que el esposo haya recibido violencia física cuando niño (transmisión intergeneracional de violencia) incrementa la probabilidad de violencia física de pareja (pasando del 21,9% al 78,1% cuando no la recibió o cuando sí la presenció, respectivamente). Similarmente, el que el esposo haya presenciado actos de violencia de su padre a su madre, esto es, cuando existe un modelo de crianza familiar donde la violencia contra la mujer hace parte de la vida familiar (del 23,1% al 32% cuando no la presenció o cuando sí la presenció, respectivamente).

En cuanto a la variable diferencia de edad, cuando la mujer es mayor a su cónyuge, el 23,7% de ellas ha sido víctima de violencia física de pareja. Cuando el hombre es mayor hasta 10 años, el 27,6%. Cuando es mayor de 10 años, el 25,2% de ellas la ha sufrido. Por otra parte, a medida que aumenta la duración de la relación de pareja, el porcentaje de mujeres que han sufrido violencia física aumenta (21% para relaciones que duran entre cero y 4 años; 31,1% para relaciones de 30 o más años), lo que sugiere que en las relaciones largas, los procesos de violencia doméstica están naturalizados, y que la mujer soporta esta violencia y no toma la decisión de terminar la relación por el bienestar de sus hijos, el temor a estar sola, o la dificultad para encontrar una nueva pareja. Finalmente, es menor la violencia contra la mujer cuando las decisiones de gasto son concertadas, mientras que lo es mayor cuando son solo los hombres (o, por el contrario, las mujeres) quienes toman las decisiones.

Las mujeres que viven en hogares ricos y más ricos son menos vulnerables a la violencia física conyugal que las mujeres más pobres. Las mujeres de la zona rural presentan menor probabilidad que las de zona urbana, de ser víctimas de violencia (sugiriendo que la mayor autonomía económica derivada del mayor acceso al mercado laboral sea interpretada como una amenaza al dominio de los hombres). Las mujeres que recibieron violencia física cuando niñas por sus padres, o que tuvieron conocimiento de que su padre maltrataba a su madre, también presentan mayor probabilidad de recibir violencia física por sus parejas (confirmando desde la mujer, la hipótesis de la transmisión intergeneracional de la violencia). Igualmente, se observó que las mujeres que viven en unión libre tienen mayor probabilidad de sufrir violencia física de pareja (sin que exista una explicación clara al respecto) (Departamento Nacional de Planeación - DNP, 2017).

11.   Desde la clasificación por grupos del Sisbén IV, a mediados del año 2021 el 37,4% de los hogares biparentales se encuentran en el grupo C (población vulnerable) y el 36,8% en el grupo B (población pobre). El 36,6% de los hogares monoparentales están en el grupo B, con una alta concentración (25,8%) en el grupo A (pobreza extrema), confirmando que los hogares monoparentales presentan mayor incidencia de pobreza (Departamento Nacinal de Planeación - DNP, 2021).

12.   Según la última Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) del DANE (2022), la proporción de hogares que reconocen como jefa a una mujer fue del 44,2% (Departamento Administrativo Nacional de Estadística - DANE, 2023). Para el año 2020 (llegada del COVID 19), ese porcentaje era del 39,8% (Portafolio, 2021), y en 2021 fue del 43,1% (Acosta Argote, 2022), para un 23,8% de hogares compuestos por 3 integrantes (Infobae, 2022).

13.   Por otra parte, comparando los Censos 2005 y 2018, se pasó de 3,9 a 3,1 personas por hogar (El Tiempo, 2019). Así, se pronostica que la densidad familiar (número de miembros de la familia) pasará de 3 a 2,6 personas por hogar, del 2022 al 2042 (Portafolio, 2022). Advirtiendo que las familias de tres integrantes no solamente incluyen a la familia tradicional compuesta por padre, madre y un hijo, sino otras conformadas por madre, abuela e hijo, o parejas LGBT entre otras combinaciones (Ortiz, 2021). Este panorama plantea las siguientes reflexiones (El Tiempo, 2019):

a.       Para no incurrir en peligrosos sesgos, no se puede concebir a la “familia típica colombiana” únicamente bajo el modelo biparental tradicional. Tampoco asociar las nociones de familia (unidad biológica, social y legal) al de hogar (unidad económica y residencial, esto es, un conjunto, incluso unitario, de personas que residen en una misma vivienda y tienen un presupuesto común).

b.       La transformación (y paulatino empoderamiento) social de la mujer, a pesar del machismo, conduce a que su lugar ya no se relega exclusivamente a lo doméstico, y que sus proyectos nupciales y reproductivos han cambiado. Es decir, el proyecto de vida femenino ya no se liga al ejercicio de la maternidad y la familia, sino que debe conjugarse con las aspiraciones profesionales, motivando a tener menos hijos.

c.       Además, al pasar de una economía principalmente rural a otra urbana, los hijos dejan de representar un activo (mano de obra para actividades productivas), e implican gastos cada vez mayores y prolongados, especialmente en educación (lo cual aumenta la dependencia de los progenitores, afectando implícitamente la relación costo – beneficio de tenerlos).

d.       De otra parte, la secularización e individualización, y los cambios en los roles de género, conducen al reconocimiento de nuevas modalidades de familia, como los hogares unipersonales (personas que viven solas, bien sea como etapa previa a la vida en pareja o como opción definitiva de vida), todo lo cual genera serias inquietudes, en contextos de acelerado envejecimiento de la población (El Tiempo, 2019), con ramificaciones, por ejemplo, frente a la sostenibilidad de los sistemas pensionales, al reducirse la base de aportantes y aumentar la de personas en edad de pensionarse.

Así las cosas, sin desconocer la enorme complejidad del tema (con la correlativa levedad de mis respuestas), me preguntaré: ¿será que la familia colombiana está en crisis?

No pienso que la familia colombiana esté en crisis. Lo que sí está en crisis es el modelo tradicional (con fundamentación católica) de familia biparental (padre, madre e hijos comunes) unida por el lazo del matrimonio. El incremento (y, ante todo, reconocimiento social y jurídico) de la unión marital de hecho (antes, concubinato), ha sido impulsado por varios factores, como la reducción del tamaño de la unidad familiar (específicamente, del número de hijos), la salida de la mujer del espacio doméstico al ámbito laboral, lo posibilidad jurídica de separación entre esposos (al permitirse jurídicamente el divorcio), el reconocimiento jurídico de la unión marital de hecho, y demás progresos relacionados con el paso de una sociedad religiosa y conservadora, a otra con una moral y ética laicas, que no han logrado llenar los vacíos (Pachón, 2007).

Por dar un ejemplo, con todo y las dificultades en su medición, se estima que para 1934, los nacimientos de hijos extramatrimoniales (ilegítimos en aquella época, con el ostracismo social consecuente), era del 50% en Bogotá y del 60% en la Costa Atlántica. A falta de estudios que permitan hacer una comparación de la violencia de los siglos XIX y XX sobre la violencia intrafamiliar, hay documentos de los siglos XVII y XVIII que detallaban tal violencia, sugiriendo que se ha mantenido durante los siglos siguientes, solo que ahora de manera mucho más visible (Pachón, 2007, págs. 149, 157).

Lo que sí parece cierto (para mí, hasta indiscutible) es que, al margen del modelo específico de familia que se adopte, es conveniente y necesario que los hijos (como sujetos más vulnerables en la unidad familiar) estén provistos del entorno afectivo, social y económico más fuerte posible. La familia biparental, en principio, es idónea para ello, sin que otros modelos (familia monoparental, familia extendida) puedan lograr un resultado igual o similar.

Afirmo lo expuesto, pues la familia es una institución social y económica (consumidora de bienes y servicios, pero, ante todo, productora de la sociedad) que facilita la división del trabajo, generando ganancias derivadas de dicha especialización, dirigida hacia un fin común: la convivencia y la procreación (siendo los hijos el principal activo del matrimonio, como acuerdo de voluntades y como institución, análoga a la sociedad, en la cual los mecanismos administrativos de control se sustituyen por el amor como ligante, que facilita la cooperación y satisfacción o bienestar). Ello, desde el punto de vista del análisis económico del derecho (Posner, 2007, págs. 238 - 242).

Obviamente, la división tradicional del trabajo (el esposo trabajador de tiempo completo, la esposa, trabajadora de tiempo completo en el hogar) se ha vuelto obsoleta (dándose ahora un modelo en el cual ambos miembros de la pareja comparten las actividades productivas y domésticas). No hay controversia tampoco en que la reducción de las tasas de natalidad, junto con el aumento de las tasas de divorcio y separación, sugieren que los beneficios del matrimonio tanto para hombres como para mujeres, han venido disminuyendo en relación con los costos. El valor de tener muchos hijos declina con la disminución de la mortalidad infantil; y el costo de los hijos ha aumentado, tanto en cuanto al costo de oportunidad de destinar tiempo para su crianza frente a realizar actividades laborales (Posner, 2007, págs. 241 - 242) , como con respecto al incremento de los costos necesarios para asegurar su plena independencia económica, representados especialmente en la educación.

Desde mi perspectiva personal (casualmente, como abogado que ejerce entre otras áreas, en el derecho de familia), sé que la ruptura familiar es un problema muy sensible. No creo que se trate que antes no existían conflictos familiares (eso es muy ingenuo), sino que ahora hay posibilidades jurídicas de dar por terminada la unión.

La solución religiosa al conflicto familiar (resolverlo, o mitigarlo, manteniendo a toda costa la continuidad de la relación) tiene como pilar la aplicación de valores morales y éticos como la abnegación, la tolerancia, el respeto mutuo, la fidelidad, el compromiso, los cuales son, no solo valederos, sino imprescindibles para mantener un tejido social sólido. Por ello es que la promoción de los valores religiosos (la fe, por supuesto, respetando la pluralidad religiosa y la moral secular) es muy importante para promover relaciones duraderas y felices.

Ahora, algo que pienso constantemente cuando veo los problemas de mis clientes. Recuérdese que el Art. 41 de la Carta Política de 1991 se refiere a la familia (nuclear) como núcleo fundamental de la sociedad, constituida por núcleos naturales (la familia de hecho) o jurídicos, por la decisión libre de dos personas (de distinto y ahora, también del mismo sexo), de contraer matrimonio o por la voluntad responsable de conformarla (siendo éste el fundamento constitucional para el reconocimiento legal de la unión marital de hecho).

Así, cuando veo parejas en matrimonio o en unión de hecho, y les pregunto a las últimas porqué no se han casado, escucho respuestas del estilo de que, si son lo mismo que un matrimonio, para qué molestarse en casarse si con convivir basta. Mi respuesta (interior), como abogado, es que matrimonio y unión marital de hecho no lo son. Cierto, son manifestaciones del mismo loable sentimiento (la decisión común, libre y voluntaria, de conformar una familia), con efectos análogos (la protección jurídica de ambas modalidades de familia cada vez se vuelve más equivalente), pero se diferencian en algo absolutamente sustancial: el compromiso, para toda la vida, que emerge del matrimonio como institución religiosa. Allí es donde todo es diferente.

El matrimonio, que como institución fundamental de la sociedad, se maneja en el derecho civil como un contrato, acuerdo de voluntades que genera derechos y obligaciones; tiene la particularidad de que las partes no están en libertad para fijar su duración, y como regla general (solamente hasta época relativamente reciente), para darlo por terminado por mutuo acuerdo o por el reconocimiento de una separación prolongada de hecho (más de 2 años para el derecho colombiano, siendo una y otra las causales de divorcio remedio, que simplemente reconoce una situación). Las demás causales (incumplimiento grave de las obligaciones de pareja y para los hijos, infidelidad, violencia intrafamiliar, etc.) son incumplimientos (manejados por el proceso contencioso) que conducen a una sanción supremamente severa (alimentos vitalicios al cónyuge inocente), mucho más que la de un contrato civil o comercial.

Por contrapartida, la unión marital de hecho (creada y reconocida a partir de los hechos de convivencia en comunidad de vida), sigue siendo una suerte de unión precaria, que puede terminar en cualquier momento. Y su causa (para mí) es simplemente el temor al compromiso.

En otras palabras, quienes insisten en mantener una unión marital de hecho sin dar el paso adelante hacia el matrimonio, lo hacen, porque tienen miedo a las consecuencias jurídicas (el compromiso de por vida) que esta última institución les impone. Miedo que proviene del temor de equivocarse con su elección de pareja, o de fracasar en el proyecto de vida que quieren emprender (lo cual es perfectamente entendible). Esa es la realidad que aquellos que pretenden mantener una unión marital de hecho sin casarse, nunca reconocen expresamente.


 

Referencias

 

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Social Trends Institute; Child Trends. (2014). World Family Map 2014. Mapa de los cambios en la Familia y consecuencias en el bienestar infantil. Ensayo: Inestabilidad familiar y salud en la primera infancia en los países en desarrollo. Social Trends Institute; Child Trends. New York - Barcelona: Social Trends Institute; Child Trends. Obtenido de https://ifstudies.org/ifs-admin/resources/worldfamilymapesp2014.pdf

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