Reflexión personal: ¿La familia colombiana realmente está en crisis?
El artículo que
desata esta reflexión
En este orden,
previo a exponer mis propias opiniones, voy a reseñar (con énfasis en la
información a nivel nacional) los resultados de estudios coetáneos y de otros más
recientes.
1. La
versión 2013 del WFM analiza la correlación existente entre las condiciones de
vida de los niños y sus logros educativos, encontrando que los niños que viven
con ambos padres tienden a obtener mejores resultados, comparados con aquellos
que viven con uno o con ningún padre en países de ingresos medios y altos, como
Colombia; en aspectos como comprensión de lectura, matrícula escolar o
repetición de grado, indicando que los padres sirven como fuente importante de
apoyo y recursos para la educación de los hijos, especialmente respecto a una
educación secundaria de alta calidad
2. La
versión 2014 del WFM
Con respecto al
matrimonio, si bien ha sido una institución importante para la concepción y
crianza de los hijos, así como para la integración de los padres en sus vidas,
el aumento en la cohabitación (unión libre), el divorcio y los nacimientos
extramaritales indican que el matrimonio se está convirtiendo en una opción,
más que en una necesidad para la supervivencia de la pareja y de los hijos. En
cuanto a las razones, se sugieren la búsqueda de mayor flexibilidad o libertad
en las relaciones, la insuficiencia de recursos financieros o emocionales, y la
creciente percepción del matrimonio como un proyecto arriesgado o innecesario
si se cohabita.
3. El
WFM 2017 plantea que los nacimientos de parejas que cohabitan (no de las
parejas casadas) contribuyen a la inestabilidad de la vida familiar de los
niños, pues experimentan más cambios en la relación de los padres antes de los
doce años frente a las parejas casadas, independientemente del nivel educativo
de la madre. Los hijos de madres solteras viven en entornos familiares menos
estables, en términos de ser 9 veces más proclives a experimentar al menos un
cambio de pareja de la madre a los doce años. En síntesis, si bien el matrimonio
y la cohabitación terminan ofreciendo circunstancias de estabilidad similares
para los niños, claramente el matrimonio parece estar asociado a una mayor
estabilidad de éstos últimos
4. El
WFM 2019
5. Las
versiones 2013, 2014 y 2015 el WFM señalaban que, en Colombia, entre los años
2009 – 2010, 62% de los niños vivía con ambos progenitores, 27% con uno solo, y
11% con ninguno de sus padres. De igual manera, que para 2010, el 82% de los
menores de 18 años vivían en hogares en los que el cabeza de familia tenía
empleo
De igual manera,
si los WFM 2013, 2014 y 2015 señalaban que en Colombia (años 2009 – 2010), el
porcentaje de adultos en edad reproductiva (18 – 49 años) casados fue del 20%,
mientras que el de cohabitación fue del 35%; para la versión 2019 (teniendo
como referente el año 2015), los porcentajes cambiaron a 17% y 33%
respectivamente.
El WFM 2014
señalaba que la tasa de maternidad extramarital es inusitadamente alta en
Colombia (84%, años 2009 – 2010). El WFM 2019 reportó un descenso al 82% para
el año 2015. En cuanto a la correlación religiosidad y número de hijos, los
colombianos que acuden regularmente a servicios religiosos presentan un 1,53%
más hijos que quienes no lo hacen
6. Los
estudios sobre estadísticas vitales del DANE indican que los nacimientos en
Colombia descendieron en 2021 a 629.402, el nivel más bajo desde 1995. Aun
considerando el impacto del COVID 19, el descenso de la natalidad había
comenzado desde antes de la pandemia (22,31 nacimientos por cada mil habitantes
en 2000, 17,59 por mil en 2010, 15,6 por mil en 2019, 13 por mil en 2021).
En cuanto a la
composición de los hogares según relaciones de parentesco con el jefe de hogar,
predominan los hogares con el modelo de padre, madre e hijos (54%), con una
presencia del 28% de hogares monoparentales, teniendo como jefe, generalmente,
a una mujer, con la necesidad de un abordaje diferencial derivado de los
riesgos para los hijos de la ausencia de la figura paterna durante su infancia
y adolescencia, así como el desequilibrio e inestabilidad consecuente.
Respecto a la
nupcialidad, el 37,4% de las personas no está casada, el 2,9% no está casado y
vive en pareja hace menos de dos años (el tiempo suficiente para presumir
legalmente una sociedad patrimonial de hecho entre compañeros permanentes), el
4,5% está viudo, el 11,4% está separado o divorciado, el 17,6% está casado y el
26,2%, en unión marital de hecho por más de dos años.
Existe una mayor
proporción de hombres que de mujeres solteras (55,3% frente a 44,7%), mayor
proporción de mujeres viudas que de hombres viudos (79,3% contra 26,7%), así
como de mujeres separadas o divorciadas frente a hombres separados o
divorciados (62,95% frente a 37,05%). Las personas casadas o que cohabitan en
pareja presentan distribuciones casi perfectamente proporcionales por sexo. Todo
ello, según la Gran Encuesta Integrada de Hogares (GEIH) y la Encuesta Nacional
de Calidad de Vida (ENCV), año 2021
7. Revisando
la información de los Censos nacionales 1951, 1973, 1995, 2005 y 2018, en todos
los grupos de edad de las mujeres (20 – 24 años, 25 – 29 años, 30 – 34 años, 35
– 39 años), la cohabitación ha ganado terreno (a partir de la década de 1970) a
expensas del matrimonio, aumentando el porcentaje de divorcios y separaciones
de hecho en todos los grupos de edad de las mujeres. La tasa bruta de
nupcialidad evidencia el descenso de los matrimonios, de poco más de 5 por cada
mil personas (1928), a casi 3 (1973) y un poco más de 1 matrimonio por cada mil
personas (2018)
8. En
Colombia, el Observatorio de Familias (antes, Observatorio de Políticas de las
Familias) es un ente creado por el Departamento Nacional de Planeación (DNP),
que busca aportar información sobre las familias, para aportar a la
reformulación de políticas y programas, tales como Familias en Acción. Dentro
de sus primeros informes, presentó la evolución de las tipologías de Familias
en Colombia entre los años 1993 y 2014, destacando la disminución en la
cantidad de hijos, el aumento de la maternidad precoz, de las uniones
consensuales y de las rupturas conyugales, así como de los hogares
monoparentales, unipersonales y las familias reconstituidas. En concreto, el
estudio señala que la familia nuclear biparental se ha reducido del 55,6% al
46,3%, mientras la monoparental ha crecido, del 9,9% al 14,3%, entre los años
1993 a 2014.
En la distribución
de hogares según presencia de jefe o cónyuge de hogar, los hogares biparentales
pasaron de 72,7% a 59,4%, y los hogares monoparentales pasaron de 18,8% a23,1%
durante el mismo periodo. Los hogares sin hijos aumentaron del 9% al 14% entre
1993 y 2014, consecuencia del descenso de la fecundidad (con niveles menores a
mayor nivel socioeconómico) en todo el país. Con ello, el descenso en la
fecundidad y la creciente importancia de los hogares unipersonales conlleva a
tamaños de hogar cada vez menores (4,4 personas en 1993, 3,4 personas en 2014).
De igual manera, la tasa de jefatura femenina (con sus consecuencias en
términos de vulnerabilidad económica) en hogares biparentales pasó del 23% al
35% en el referido periodo
La familia nuclear
monoparental (un solo padre o madre) tiene una participación por encima de la
media nacional (14%) en la Amazonía – Orinoquía (21%), Valle, Bogotá y la
Región Central, contra un 10% en la Región Atlántica, siendo esta última una
región donde tienen mayor importancia el hogar amplio, tanto biparental (19,9%)
como monoparental (10%). En el otro extremo, tal vez por la predominancia de
inmigración individual, los hogares no familiares (unipersonales) predominan en
San Andrés y Providencia (20% frente a la media nacional de 13% en 2014).
9. Por
lo general, aumenta la importancia relativa de los hogares nucleares a medida
que aumenta la concentración de la población, disminuye el nivel de pobreza y
aumenta el nivel de ingresos del hogar (aumentando la importancia relativa de
los hogares familiares amplios en hogares más pobres, como una respuesta de
reorganización familiar para afrontar las condiciones económicas adversas). Los
hogares sin hijos aumentan con el nivel socioeconómico del hogar y de
concentración de la población. No obstante, es mayor en la zona rural y
disminuye con el nivel de concentración de población en las cabeceras urbanas
(posiblemente por efecto de la migración rural, voluntaria o involuntaria,
hacia las zonas urbanas)
10. En
punto de analizar la violencia intrafamiliar, el Observatorio de Familias ha
encontrado que a medida que aumenta el nivel de educación del cónyuge, el
porcentaje de mujeres que recibió violencia física de pareja disminuye (pasando
del 32,1% cuando el esposo carece de educación, al 18,4% cuando éste último
tiene educación superior).
El que el esposo
haya recibido violencia física cuando niño (transmisión intergeneracional de violencia)
incrementa la probabilidad de violencia física de pareja (pasando del 21,9% al
78,1% cuando no la recibió o cuando sí la presenció, respectivamente).
Similarmente, el que el esposo haya presenciado actos de violencia de su padre
a su madre, esto es, cuando existe un modelo de crianza familiar donde la
violencia contra la mujer hace parte de la vida familiar (del 23,1% al 32%
cuando no la presenció o cuando sí la presenció, respectivamente).
En cuanto a la
variable diferencia de edad, cuando la mujer es mayor a su cónyuge, el 23,7% de
ellas ha sido víctima de violencia física de pareja. Cuando el hombre es mayor
hasta 10 años, el 27,6%. Cuando es mayor de 10 años, el 25,2% de ellas la ha
sufrido. Por otra parte, a medida que aumenta la duración de la relación de
pareja, el porcentaje de mujeres que han sufrido violencia física aumenta (21%
para relaciones que duran entre cero y 4 años; 31,1% para relaciones de 30 o
más años), lo que sugiere que en las relaciones largas, los procesos de
violencia doméstica están naturalizados, y que la mujer soporta esta violencia
y no toma la decisión de terminar la relación por el bienestar de sus hijos, el
temor a estar sola, o la dificultad para encontrar una nueva pareja.
Finalmente, es menor la violencia contra la mujer cuando las decisiones de
gasto son concertadas, mientras que lo es mayor cuando son solo los hombres (o,
por el contrario, las mujeres) quienes toman las decisiones.
Las mujeres que
viven en hogares ricos y más ricos son menos vulnerables a la violencia física
conyugal que las mujeres más pobres. Las mujeres de la zona rural presentan
menor probabilidad que las de zona urbana, de ser víctimas de violencia
(sugiriendo que la mayor autonomía económica derivada del mayor acceso al
mercado laboral sea interpretada como una amenaza al dominio de los hombres). Las
mujeres que recibieron violencia física cuando niñas por sus padres, o que
tuvieron conocimiento de que su padre maltrataba a su madre, también presentan
mayor probabilidad de recibir violencia física por sus parejas (confirmando
desde la mujer, la hipótesis de la transmisión intergeneracional de la
violencia). Igualmente, se observó que las mujeres que viven en unión libre
tienen mayor probabilidad de sufrir violencia física de pareja (sin que exista
una explicación clara al respecto)
11. Desde
la clasificación por grupos del Sisbén IV, a mediados del año 2021 el 37,4% de
los hogares biparentales se encuentran en el grupo C (población vulnerable) y
el 36,8% en el grupo B (población pobre). El 36,6% de los hogares
monoparentales están en el grupo B, con una alta concentración (25,8%) en el
grupo A (pobreza extrema), confirmando que los hogares monoparentales presentan
mayor incidencia de pobreza
12. Según
la última Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) del DANE (2022), la
proporción de hogares que reconocen como jefa a una mujer fue del 44,2%
13. Por
otra parte, comparando los Censos 2005 y 2018, se pasó de 3,9 a 3,1 personas
por hogar
a.
Para no incurrir en peligrosos sesgos, no se
puede concebir a la “familia típica colombiana” únicamente bajo el modelo
biparental tradicional. Tampoco asociar las nociones de familia (unidad
biológica, social y legal) al de hogar (unidad económica y residencial, esto
es, un conjunto, incluso unitario, de personas que residen en una misma
vivienda y tienen un presupuesto común).
b.
La transformación (y paulatino empoderamiento)
social de la mujer, a pesar del machismo, conduce a que su lugar ya no se
relega exclusivamente a lo doméstico, y que sus proyectos nupciales y
reproductivos han cambiado. Es decir, el proyecto de vida femenino ya no se
liga al ejercicio de la maternidad y la familia, sino que debe conjugarse con
las aspiraciones profesionales, motivando a tener menos hijos.
c.
Además, al pasar de una economía principalmente
rural a otra urbana, los hijos dejan de representar un activo (mano de obra
para actividades productivas), e implican gastos cada vez mayores y
prolongados, especialmente en educación (lo cual aumenta la dependencia de los
progenitores, afectando implícitamente la relación costo – beneficio de tenerlos).
d.
De otra parte, la secularización e
individualización, y los cambios en los roles de género, conducen al
reconocimiento de nuevas modalidades de familia, como los hogares unipersonales
(personas que viven solas, bien sea como etapa previa a la vida en pareja o
como opción definitiva de vida), todo lo cual genera serias inquietudes, en
contextos de acelerado envejecimiento de la población
Así las cosas,
sin desconocer la enorme complejidad del tema (con la correlativa levedad de
mis respuestas), me preguntaré: ¿será que la familia colombiana está en crisis?
No pienso que
la familia colombiana esté en crisis. Lo que sí está en crisis es el modelo
tradicional (con fundamentación católica) de familia biparental (padre, madre e
hijos comunes) unida por el lazo del matrimonio. El incremento (y, ante todo,
reconocimiento social y jurídico) de la unión marital de hecho (antes, concubinato),
ha sido impulsado por varios factores, como la reducción del tamaño de la
unidad familiar (específicamente, del número de hijos), la salida de la mujer
del espacio doméstico al ámbito laboral, lo posibilidad jurídica de separación
entre esposos (al permitirse jurídicamente el divorcio), el reconocimiento
jurídico de la unión marital de hecho, y demás progresos relacionados con el
paso de una sociedad religiosa y conservadora, a otra con una moral y ética laicas,
que no han logrado llenar los vacíos
Por dar un ejemplo, con todo y las dificultades en su
medición, se estima que para 1934, los nacimientos de hijos extramatrimoniales
(ilegítimos en aquella época, con el ostracismo social consecuente), era del
50% en Bogotá y del 60% en la Costa Atlántica. A falta de estudios que permitan
hacer una comparación de la violencia de los siglos XIX y XX sobre la violencia
intrafamiliar, hay documentos de los siglos XVII y XVIII que detallaban tal
violencia, sugiriendo que se ha mantenido durante los siglos siguientes, solo
que ahora de manera mucho más visible
Lo que sí parece
cierto (para mí, hasta indiscutible) es que, al margen del modelo específico de
familia que se adopte, es conveniente y necesario que los hijos (como sujetos
más vulnerables en la unidad familiar) estén provistos del entorno afectivo,
social y económico más fuerte posible. La familia biparental, en principio, es
idónea para ello, sin que otros modelos (familia monoparental, familia
extendida) puedan lograr un resultado igual o similar.
Afirmo lo expuesto, pues la familia es
una institución social y económica (consumidora de bienes y servicios, pero,
ante todo, productora de la sociedad) que facilita la división del trabajo,
generando ganancias derivadas de dicha especialización, dirigida hacia un fin
común: la convivencia y la procreación (siendo los hijos el principal activo
del matrimonio, como acuerdo de voluntades y como institución, análoga a la
sociedad, en la cual los mecanismos administrativos de control se sustituyen
por el amor como ligante, que facilita la cooperación y satisfacción o
bienestar). Ello, desde el punto de vista del análisis económico del derecho
Obviamente, la división tradicional del
trabajo (el esposo trabajador de tiempo completo, la esposa, trabajadora de
tiempo completo en el hogar) se ha vuelto obsoleta (dándose ahora un modelo en
el cual ambos miembros de la pareja comparten las actividades productivas y
domésticas). No hay controversia tampoco en que la reducción de las tasas de
natalidad, junto con el aumento de las tasas de divorcio y separación, sugieren
que los beneficios del matrimonio tanto para hombres como para mujeres, han
venido disminuyendo en relación con los costos. El valor de tener muchos hijos
declina con la disminución de la mortalidad infantil; y el costo de los hijos
ha aumentado, tanto en cuanto al costo de oportunidad de destinar tiempo para
su crianza frente a realizar actividades laborales
Desde mi
perspectiva personal (casualmente, como abogado que ejerce entre otras áreas,
en el derecho de familia), sé que la ruptura familiar es un problema muy
sensible. No creo que se trate que antes no existían conflictos familiares (eso
es muy ingenuo), sino que ahora hay posibilidades jurídicas de dar por terminada
la unión.
La solución religiosa al conflicto familiar (resolverlo,
o mitigarlo, manteniendo a toda costa la continuidad de la relación) tiene como
pilar la aplicación de valores morales y éticos como la abnegación, la
tolerancia, el respeto mutuo, la fidelidad, el compromiso, los cuales son, no
solo valederos, sino imprescindibles para mantener un tejido social sólido. Por
ello es que la promoción de los valores religiosos (la fe, por supuesto,
respetando la pluralidad religiosa y la moral secular) es muy importante para
promover relaciones duraderas y felices.
Ahora, algo que
pienso constantemente cuando veo los problemas de mis clientes. Recuérdese que el
Art. 41 de la Carta Política de 1991 se refiere a la familia (nuclear) como núcleo
fundamental de la sociedad, constituida por núcleos naturales (la familia de
hecho) o jurídicos, por la decisión libre de dos personas (de distinto y ahora,
también del mismo sexo), de contraer matrimonio o por la voluntad responsable
de conformarla (siendo éste el fundamento constitucional para el reconocimiento
legal de la unión marital de hecho).
Así, cuando veo parejas en matrimonio o
en unión de hecho, y les pregunto a las últimas porqué no se han casado,
escucho respuestas del estilo de que, si son lo mismo que un matrimonio, para
qué molestarse en casarse si con convivir basta. Mi respuesta (interior), como
abogado, es que matrimonio y unión marital de hecho no lo son. Cierto, son
manifestaciones del mismo loable sentimiento (la decisión común, libre y
voluntaria, de conformar una familia), con efectos análogos (la protección
jurídica de ambas modalidades de familia cada vez se vuelve más equivalente),
pero se diferencian en algo absolutamente sustancial: el compromiso, para toda
la vida, que emerge del matrimonio como institución religiosa. Allí es donde
todo es diferente.
El matrimonio, que como institución
fundamental de la sociedad, se maneja en el derecho civil como un contrato, acuerdo
de voluntades que genera derechos y obligaciones; tiene la particularidad de
que las partes no están en libertad para fijar su duración, y como regla
general (solamente hasta época relativamente reciente), para darlo por
terminado por mutuo acuerdo o por el reconocimiento de una separación
prolongada de hecho (más de 2 años para el derecho colombiano, siendo una y
otra las causales de divorcio remedio, que simplemente reconoce una situación).
Las demás causales (incumplimiento grave de las obligaciones de pareja y para
los hijos, infidelidad, violencia intrafamiliar, etc.) son incumplimientos (manejados
por el proceso contencioso) que conducen a una sanción supremamente severa
(alimentos vitalicios al cónyuge inocente), mucho más que la de un contrato civil
o comercial.
Por contrapartida, la unión marital de
hecho (creada y reconocida a partir de los hechos de convivencia en comunidad
de vida), sigue siendo una suerte de unión precaria, que puede terminar en
cualquier momento. Y su causa (para mí) es simplemente el temor al compromiso.
En otras palabras, quienes insisten en mantener
una unión marital de hecho sin dar el paso adelante hacia el matrimonio, lo
hacen, porque tienen miedo a las consecuencias jurídicas (el compromiso de por
vida) que esta última institución les impone. Miedo que proviene del temor de
equivocarse con su elección de pareja, o de fracasar en el proyecto de vida que
quieren emprender (lo cual es perfectamente entendible). Esa es la realidad que
aquellos que pretenden mantener una unión marital de hecho sin casarse, nunca
reconocen expresamente.
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