¿Cuál debe ser la ética del abogado?
Hola a todos:
Hoy encontré un antiguo trabajo de mi universidad, que quiero compartir con Ustedes, porque la reflexión que suscita me ha servido para guiar mi camino como profesional del Derecho.
Se me pregunta: ¿Cuál debe ser la moral del abogado?
Para intentar responder esa
cuestión, partamos de una primera reflexión: no todo profesional del Derecho es
abogado, pero ciertamente, todo abogado debe ser profesional del Derecho.
“Abogado” es quien aboga,
defiende, intercede a favor de alguien.
La abogacía es una labor de
aplicación de conocimientos, de argumentación, de oratoria, etc., pero, ante
todo, es una actividad de diligencia, de confianza. Una manera de verlo es la
frase latina que define a la buena fe – lealtad: recta mentec et constante devotione, recta intención y constante
devoción.
Pero la lealtad debe estar
dirigida, no solo hacia el cliente, sino también hacia el máximo valor del
Derecho, la justicia. Porque hay que entender que el abogado, en la dinámica
del proceso, una especie de “duelo”
sublimado entre dos férreos contendientes (las partes, demandante y demandado,
el Estado y el acusado), tal como lo expone elocuentemente Carnelutti, tiene
una función, y solo una: “combatir”.
¿Cómo debe el abogado “combatir”? con lealtad, respeto hacia
la justicia, hacia los fines del proceso. Extraño afirmar que esa es su
función, que implica una noción de violencia, de guerra, de conflicto. Pero,
viéndolo en perspectiva, resultaría interesante intentar explicarlo bajo la
égida de ese concepto.
Uno de los libros que todo abogado
debe leer – al menos, es de aquellos de lectura obligatoria durante la
formación en la academia – es la obra de Francesco Carnelutti: Cómo se hace un proceso. Lectura típica
de la cátedra de derecho procesal, pero también muy interesante desde la ética
del abogado. Veamos:
El proceso (civil, penal, etc.) es
un drama, una tragedia llena de humanidad. Un conflicto entre personas, un
duelo, si se quiere ver así, un acto de ¿violencia? Que permite llegar de la
discordia a la concordia, de la guerra a la paz, como vehemente lo defiende
Carnelutti: se acude al juez para no tener que acudir a las armas (ne cives ad arma veniant).
En este escenario (el de una obra
de teatro, como también expone Carnelutti), el abogado debe balancear varios
intereses: el interés de las partes, obtener el amparo legal de sus intereses;
el interés del juez: administrar justicia recta y legalmente; el interés del
Estado: impedir el ejercicio de la justicia privada y, como consecuencia de
ello, la perturbación de la paz social.
El abogado sirve a la concordia,
busca la paz social, busca en últimas armonizar intereses. ¿Será ese el
significado de equilibrar la balanza? ¿El fin de la justicia? En efecto, el fin
del proceso jurisdiccional (escenario por excelencia de la labor del abogado) no
es simplemente ser el mero instrumento de protección de los intereses
particulares, sino el logro de una paz justa. No hay paz sin justicia, no hay
justicia sin paz.
El abogado, entonces, no solamente
sirve a los intereses – egoístas por naturaleza – de su cliente; en cierta manera,
así no parezca, el abogado sirve a su contraparte, sirve al juez, sirve al
Estado, sirve a la comunidad, sirve a todos nosotros.
¿Porqué? Si el abogado hace bien su
labor logra que se haga la paz, que los contendientes en ese duelo que es el
proceso sientan que fue mejor confiar en la sentencia justa del juez, o incluso
mejor, poder construir una sabia decisión con un acuerdo conciliatorio. Con la confianza
en la protección de la justicia, la paz se construye, se realiza.
Por ello, el abogado debe ser
ético, no puede actuar inmoralmente. Porque aporta una cara humana a la
voluntad de la ley.
Lo anterior permite volver a
nuestra primera afirmación: no todo profesional del Derecho es abogado, pero
ciertamente, todo abogado debe ser profesional del Derecho.
Precisamente la formación
profesional – entre otros temas, en Ética – distingue al abogado verdadero. Ser
abogado es una profesión, pero ante todo, una vocación. Vocación de servicio,
frente a las partes, para ayudarles a superar pacíficamente – y con justicia – su
conflicto.
Mil gracias a todos por permitirles compartir esta pequeña reflexión.
Camilo García Sarmiento
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